En años recientes, el ministro de Hacienda de Brasil, Guido Mantega, forjó una reputación con su cruzada contra el plan de estímulo de la Reserva Federal de Estados Unidos, al que equiparó a una «guerra de divisas». El funcionario aseguró que la política de crédito fácil estaba perjudicando a Brasil al hacer que el real se volviese inviablemente fuerte.
Ahora que el banco central de EE.UU. ha indicado que empezará a desmantelar el estímulo, los deseos de Mantega se están haciendo realidad. Pero los primeros resultados le han dado a Brasil más de lo que había previsto. Con un mínimo reciente de casi cinco años, el real ha perdido más terreno frente el dólar que otras divisas de mercados emergentes, lo que ha reactivado la posibilidad de un alza en la inflación y ha perjudicado las ganancias de las empresas. Para frenar el declive, el Banco Central de Brasil dijo la semana pasada que proveería al menos US$60.000 millones en liquidez de la moneda estadounidense este año.
Después de la intervención, el real se recuperó a 2,37 por dólar. A principios de la semana pasada, había descendido hasta rozar 2,45 por dólar, una caída de 23% este año. En una muestra de la preocupación del gobierno, el presidente del Banco Central de Brasil, Alexandre Tombini, canceló sus planes de asistir a la reunión anual de la Fed sobre política monetaria en Jackson Hole, Wyoming.
Puede parecer extraño que un país que en su momento se quejó de una moneda demasiado fuerte esté ahora luchando con una muy débil. El rompecabezas brasileño refleja los cambios en el panorama económico global, conforme las tasas de crecimiento en las economías emergentes como Brasil se desaceleran y EE.UU. se prepara para ajustar su política monetaria.
El gran problema para Brasil es que el real está cayendo más rápido de lo que muchos economistas habían anticipado y no está claro dónde parará. El riesgo ahora es que una moneda más débil avive la inflación y obligue al banco central a subir las tasas de interés, lo que podría frenar aún más el crecimiento. Tras una asombrosa expansión de 7,5% en 2010, Brasil creció apenas 1% el año pasado.
«La depreciación puede significar que la inflación podría volver a ser un problema y las tasas de interés tendrán que subir», dice Ilan Goldfajn, economista jefe del banco brasileño Itaú Unibanco Holding. «Es una espada de doble filo: por un lado hay más inflación y por otro, se podría ganar más competencia y crecimiento».
El declive de la divisa también acarrea riesgos para la presidenta Dilma Rousseff, que enfrenta elecciones el año que viene. Los brasileños siguen muy de cerca la tasa de cambio del real y una caída podría agravar los problemas de la mandataria. La popularidad de la ex ministra de Energía se precipitó en junio en medio de multitudinarias protestas contra la ineficiencia del gobierno y otros reclamos.
El descenso ya ha impactado a muchos brasileños que se habían acostumbrado a utilizar su moneda fuerte para ir de compras a ciudades extranjeras como Nueva York y Orlando. En 2011 y 2012, los brasileños gastaron más que otros visitantes internacionales en Nueva York, por ejemplo. La caída se agravó cuando gran parte del país estaba de vacaciones, lo que significa que muchos brasileños están volviendo a casa para encontrarse con facturas de tarjetas de crédito mucho más caras en reales.
La devaluación también está golpeando las ganancias corporativas. Vale el mayor exportador de mineral de hierro del mundo, dijo que su utilidad del segundo trimestre cayó 84% por culpa de pérdidas ligadas al cambio de divisas. Las acciones de la aerolínea brasileña Gol Linhas Aéreas Inteligentes se han precipitado casi 40% debido a que la debilidad del real hace que el combustible de aviones y la deuda denominada en dólares sean más caras.
Ricardo Espirito Santo, presidente ejecutivo de Espirito Santo Investment Bank, aplaudió la iniciativa del banco central, ya que está aliviando la carga de las empresas con deudas denominadas en dólares. «Muchas compañías se endeudaron en moneda extranjera a partir de 2010 y no se protegieron lo suficiente», dijo Espirito Santo.
Aun así, Brasil está consiguiendo lo que quería con una moneda más débil. Mantega y otras autoridades brasileñas han dicho que no están intentando detener la caída del real, sino más bien suavizar la volatilidad conforme baja a un nuevo rango. Al fin de cuentas, un real más débil beneficiará a los exportadores brasileños que han pasado apuros con una moneda fuerte en los últimos años, siempre y cuando la inflación se mantenga bajo control, dice la teoría.
«Esta es la nueva tasa de cambio; dónde terminará, no lo sé», dijo Mantega hace una semana a periodistas. «El gobierno actúa para asegurarse de que no haya una volatilidad excesiva».
De hecho, Brasil tiene razones para esperar que su moneda se estabilice, aseguran los economistas. El país acumuló US$375.000 millones en reservas en los últimos años y sus déficits presupuestario y de cuenta corriente no son tan grandes como los de otras economías emergentes que sufren el debilitamiento de sus divisas.
Fuente: The Wall Street Journal